La Argentina Hoy
Por Estefania Heit
fany_18ar@hotmail.com
El semanario Carta Abierta Coronel Suárez realizó un análisis de la situación actual del país, de las responsabilidades que le competen al gobierno y al pueblo; y de las variantes de solución que existen para generar un cambio que beneficie a todos los argentinos.
Hoy la Argentina enfrenta una importante crisis. Una crisis económica, financiera, política y social. Exigimos cambios pero sin saber a dónde pretendemos ir. Queremos soluciones pero sin conocer el verdadero problema. Buscamos alternativas pero sin proyectarlas. Solicitamos una reestructuración pero sin cambiar nosotros.
Todo gira a nuestro alrededor, todo nos envuelve, nos afecta, nos hace cambiar de opinión. Nos volvimos inconstantes, retrógrados, pesimistas, egoístas, malhumorados. Sabemos que perdimos algo pero no alcanzamos a vislumbrar qué. Sabemos que podemos cambiarlo pero no encontramos el cómo. Estamos tan inmersos en la oscuridad de la realidad que no alcanzamos a ver la cuerda que nos devuelva a la luz.
Queremos el cambio, lo ansiamos, nos desesperamos por hallarlo, luchamos por traspasar los tiempos y encontrar lo que perdimos lo antes posible pero la impaciencia sólo nos hace encontrar soluciones superficiales y al tiempo, otra vez estamos parados en el mismo lugar.
Actualmente pareciera que las únicas alternativas que tendríamos sería apelar a los malos hábitos, las malas enseñanzas, los malos valores. La injusticia es lo que tendría cabida, lo que triunfaría, lo que generaría estabilidad pero el vacío sigue creciendo y nuestro sentido de la realidad, de la vida, del futuro se distorsiona, se pierde, se transforma, desparece.
De cada diez palabras que decimos, nueve son malintencionadas, negativas. Vivimos pregonando lo mal que nos va, lo mal que está el país, lo mal que nos gobiernan. Maldecimos nuestra situación, a los políticos, a nuestros vecinos, a quienes en algún momento fueron nuestros amigos. Todo nos cae mal, todo es contra nosotros, todo es culpa del otro.
Vemos la paja en el ojo ajeno pero cuántas veces reconocemos los errores que cometemos, cuántas veces pedimos perdón sinceramente, cuántas veces ayudamos a alguien que necesita de nosotros, cuántas veces nos comprometemos, cuántas veces abrazamos a nuestros hijos y les decimos ‘te quiero’. Seguramente una de cada diez veces.
Necesitamos darnos cuenta, necesitamos ideas, necesitamos cambios por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos, por nuestra existencia, por nuestra convivencia, por nuestra vida, por esa libertad que estamos perdiendo.
Dónde de estamos parados
Actualmente Argentina gira en un gran torbellino de malos hábitos, valores desahuciados, ciudadanos sin esperanza, gobiernos corruptos y un futuro poco próspero para los que vienen detrás.
Los hechos más trascendentes que recuerda la sociedad son la dictadura militar del 76, las coimas del senado, las privatizaciones de los 90, el cacerolazo del 2001, los más de cinco presidentes que asumieron en unos pocos días, las cuentas en el exterior de los Kichner, los fondos desaparecidos de Santa Cruz, el conflicto con el campo, el impuestazo, la inflación, el corte de rutas, los paros de docentes, médicos provinciales y municipales; los casos de gatillo fácil, los secuestros, la inseguridad, la muerte de personas inocentes en manos de adolescentes, la valija de Antonini Wilson, las estatizaciones sin sentido, la efedrina, las renuncias en el gabinete presidencial actual, la corrupción detrás de la obra públicas, el Caso Skanska-Enargas, la venta de YPF, entre otros.
Hechos que fueron encajonados en los escritorios de la Corte Suprema de Justicia, olvidados por los querellantes o desaparecidos convirtiéndose en un mero recuerdo.
No obstante en el argentino sólo permanecen los malos recuerdos y eso influye en la manera de pensar, de actuar, de gobernar. A tal punto que el argentino sólo se une para reclamar y no para ejercer cambios, para hacer cruzadas de solidaridad, para encontrar una salida que beneficie a todos y no sólo a un sector.
En el ámbito netamente político, en cambio, existe una suerte de doble discurso donde la falta de compromiso es la característica esencial y eso se traduce en todos los ámbitos.
Por un lado se habla de realizar más obra pública al tiempo que crece la desocupación y la pobreza en el país. Se aumentan los impuestos pero no se invierte en educación, se estructuran leyes para beneficiar a las inversiones extranjeras pero se cierran las exportaciones, se quiere demostrar que Argentina es un país que crece pero se instalan nuevos casos de corrupción, se quiere evitar que las crisis económicas afecten y se saquean las cuentas de Anses y las AFJP. Se busca una mejor redistribución de la riqueza y se le mete la mano en el bolsillo del empleado menos asalariado, pretenden blanquear la situación de muchos empleados pero el gobierno paga sueldos en negro. Se quiere una sociedad más justa pero no se condenan a los políticos que venden sus bancas, que se asocian con el narcotráfico o que juegan con la dignidad de la gente. Se quieren crear mejores oportunidades y se aumenta la cuota de asignación por hijo, se habla de consenso y diálogo mientras se apura a la legislatura para aprobar leyes que sustentan intereses netos del gobierno nacional. Nada tiene sentido, cuando se encuentran soluciones, cuando se puede vislumbrar un cambio inmediatamente se generan más conflictos, se toman medidas menos simpáticas, menos equitativas, menos justas, menos equilibradas, menos discriminatorias.
Los Kirchner, los Scioli, los Macri, los De Narvaez, los Menem, los Moccero, usted, yo, el vecino… todos somos argentinos, todos tomamos decisiones, todos alimentamos este circulo vicioso plagado de cosas malas, negativas, corruptas, pesimistas que educan la mente y el futuro de cada ciudadano del país, que prometen utopías, que generan mayor inestabilidad, menor compromiso, falta de responsabilidad, pérdida de valores y construye una generación sin esperanzas, sin estímulos, sin visión, sin propósito, sin contenido.
El amor a la Verdad
Lo primero que hemos perdido es el amor a la verdad y eso ha conllevado el resto de las consecuencias. Nos quejamos de Argentina pero no reconocemos el país bendito en el que vivimos. Es uno de los pocos con diversidad de climas que nos permiten realizar cuanta actividad se nos ocurra y nos garantiza el éxito en cada una de ellas. Si, es cierto que el sistema político lo ha contaminado pero como ciudadanos qué hicimos para evitarlo.
En el seno de nuestro hogar es donde deberían empezar los cambios. Dejamos que nuestros hijos se eduquen con televisión, con los mejores juegos del mercado, con la vecina que nos hace de niñera. Pasamos poco tiempo con ellos y cuando nos toca tenerlos por un lapso extenso terminan por molestarnos. Los retamos sin saber qué fue lo que realmente hizo mal, si él es quien le pegó al hermano, si la palabrota que salio de su boca no salió antes de la nuestra. Queremos que sean educados pero nuestra atención se la lleva nuestro trabajo y en el tiempo libre, los medios de comunicación, la siesta, la reunión con amigos. Queremos hijos inteligentes pero poco nos sentamos a hacer la tarea con ellos, asistimos a escasos actos escolares y de vez en cuando nos hacemos tiempo para revisar sus cuadernos. Queremos hijos con valores pero si nos cobran de menos contadas son las veces que devolvemos el dinero, nos reímos del anciano que se cayó y después vamos a ayudarlo, nos quejamos del gobierno que nos quita el dinero pero no formamos parte de la cooperadora escolar porque nos lleva mucho tiempo. Queremos hijos con futuro pero recibimos el plan jefes y jefas de hogar aunque tengamos empleo o quizás el de desempleo pero seguimos trabajando en negro para que no nos lo quiten. Le damos unos pesos al policía que pretende hacernos la multa o proliferamos palabrotas contra el inspector que nos hizo una infracción por andar sin casco, en contramano o por pasar el semáforo en rojo. Decimos que es mejor robar que trabajar como un burro en vez de enseñar que la dignidad no tiene precio y que la recompensa a la larga es mayor porque nuestra vida tiene sentido. Queremos hijos creyentes pero maldecimos a Dios por nuestros problemas, no leemos la palabra ni ponemos en práctica sus mandamientos. Sólo acudimos a Él cuando ya no sabemos que más hacer, cuando estamos desesperados, cansados, sin fuerzas, sin razón de ser.
No se trata de echar culpas, tampoco de condenarse por la situación que nos toca vivir. Lo importante es unirnos en causas comunes, en cambios pequeños que nos permitan transformar lo que hoy contamina nuestra vida, lo que hoy nos maleduca.
Si un solo hombre puede cambiar la vida de otra persona, puede violar, puede matar, puede robar, puede maltratar, puede mal enseñar, puede destruir, un solo hombre también puede construir, puede amar, puede enseñar, puede efectuar el cambio. De lo contrario no existirían los grandes hacedores del mundo como Einstein, El Che, Jesucristo. Cada uno de nosotros somos importantes, imprescindibles para la sociedad porque tan sólo se necesita de uno para efectuar el cambio.
Hacia dónde queremos ir
Un sabio hombre dijo que “cada uno cosecha lo que siembra”, tiene lo que se merece. Se sabe que el argentino sufre las consecuencias de su propio accionar, y la solución más práctica es sentarse a esperar que el cambio algún día llegue.
La historia, y los casos citados anteriormente, demuestran que la falta de reglas, decisiones y acciones claras hundieron al argentino en un abismo del que le cuesta salir. Algunos consideran que el ciudadano enfrenta una suerte de vacío existencial, “Falta de Fe”, de convicción.
Sabemos que la pérdida de valores, de cosas materiales, de ilusiones ha vaciado cada vez más la vida del ser humano al punto de conducirla hacia la práctica de lo que nos destruye como los excesos, la drogadicción, el alcoholismo, la prosmicuidad, el engaño, la mentira.
No existe una única solución, una sola alternativa, que nos obligue a resignarnos, a bajar los brazos y a naturalizar cualquier práctica. Somos libres para elegir, para creer, para cambiar, para aceptar.
Me gusta pensar que esto no es todo lo que la vida tiene para ofrecerme, que hay algo más, que es factible encontrarle el sentido a las cosas. Todo se puede evitar pero cuando el problema ya está instalado debemos tener el coraje de invertir las sensaciones, dejar de hablar de lo mal que estamos y empezar a hablar sobre lo buenos que seremos, evitar las indirectas malintencionadas y construir una sociedad con otro valor agregado, que no aburra a la gente sino la estimule, que no le cree falsas expectativas de futuro a sus hijos sino que los incentive a generar cambios, que no pierda las esperanzas sino que las renueve cada día.
La unión debe existir pero no para reclamar sino para construir, no para corromper sino para invertir. El tiempo es uno de los bienes más preciados que existen y es lo único que no puede recuperarse. Invirtámoslo en cosas que nos construyan, que nos formen, que nos dejen algo de qué sentirnos orgulloso. No lo malgastemos en críticas, en sinsabores, en culpas que a nada nos conducen. El argentino necesita un cambio, merece un cambio, y debe buscar el cambio.
martes, 17 de noviembre de 2009
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