miércoles, 25 de junio de 2008

Desde Buenos Aires / Psicología

¿Te sentís “quemado”?

Si cree que está en el límite, lea este artículo porque es preventivo.

El síndrome del “Burn out” llamado comúnmente “del quemado” refiere a un agotamiento físico y emocional grave causado por el estrés en su máxima exponencia y relacionado directamente con un cansancio psíquico que se produce en las interacciones sociales y frente a las rutinas laborales. Está relacionado con el estrés profesional, y es su fase más avanzada, y tiene como característica fundamental un sentimiento de fracaso. En la clínica se percibe un desequilibrio entre las realidades del trabajo y las expectativas del sujeto.

Este síndrome fue descrito en el año 1974 por el psiquiatra Herbert Freudenberger para hacer referencia al agotamiento profesional del médico. Luego, Cristina Maslach, psicóloga social, realizó un estudio de las respuestas emocionales de los “profesionales de ayuda” y describió al burn out como un “síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir entre individuos que trabajan con personas”.
Es un síndrome multicausal, y sus efectos sólo son medibles en largos períodos de tiempo. La clínica me ha demostrado que este síndrome se presenta cuando el trabajo es superior a ocho horas diarias, la relación entre el trabajo y el dinero percibido no es gratificante, y cuando la pervivencia en las mismas funciones en el trabajo generan una sensación de frustración o “estancamiento”.

Los síntomas más frecuentes son:
-Conductuales: tendencia a conductas compulsivas: adicciones al tabaco, a las drogas y al alcohol. Desmotivación laboral, personal y social.
-Psicosomáticos: trastornos del sueño, insomnio, fatiga, palpitaciones, sudoración, desórdenes gástricos, cansancio, tensión.
-Emocionales: depresión, negativismo, irritabilidad, cambios en el carácter, aislamiento afectivo, desinterés.

Es considerada la enfermedad de este siglo ya que sus características se encuentran alineadas con las complejidades del mundo actual. Los profesionales que deben interactuar dentro de estructuras funcionales pasaron de ser personas que cuidan a otras personas a conformar estructuras de alto riesgo debido a que hoy, en este siglo, deben accionar en contextos conflictivos, a veces con buen soporte pero otras sin soporte alguno. Deben solucionar problemas de otros con tiempos y condiciones de exigencia y, muchas veces, sin ser considerados, trabajando en sombras, percibiendo salarios insuficientes, sin el reconocimiento necesario, o sin la red de apoyo fundamental para que su actividad pueda encontrar el cauce adecuado.
Los más propensos a padecerlo son quienes por su profesión tienen trabajos altamente emocionales, y que se deben a los otros: médicos, maestros, enfermeros, directivos, principalmente las personas que trabajan en los sectores de educación y salud. El estrés que produce estar tratando de satisfacer las demandas de otras personas diariamente genera una gran carga emocional que muchas veces no encuentra una salida al exterior. El movimiento de las emociones fluye entonces hacia el interior de estas personas produciendo una “explosión” , un daño psíquico difícil de medir y de evitar ya que el contacto con los demás suele ser el núcleo de la fuente de trabajo.
En el consultorio, los casos que se presentan son los de profesionales que se interesan mayormente por su trabajo dejando relegado los intereses personales. En muchos casos tienen exceso de trabajo, tanto en carga horaria como en funciones lo que conlleva a un sobreesfuerzo que produce cansancio, fatiga, ansiedad, y que en muchos casos conlleva a una pérdida del interés en sus actividades. Así, sus relaciones se ven afectadas por considerar al trabajo como lo más importante, realizando un esfuerzo excesivo y teniendo, en muchos casos, sensaciones de agobio, desmotivación e indiferencia hacia los demás.
Es de suma importancia realizar una inteligente reorganización en todos los planos de la vida brindando así un cuidado del “sí mismo”, teniendo en cuenta las señales propias del cuerpo, y las necesidades de ocio y descanso. Mantener los formas de vida equilibrada, balanceando los roles sociales, físicos y laborales y el adecuado manejo del tiempo. Una apoyatura en la red social propia: familia, amigos, compañeros de trabajo, y una distancia necesaria entre el ámbito laboral y la vida privada, reacomodan las piezas permitiendo un balance global. Una terapia adecuada resulta un soporte fundamental, sobre todo para los casos más complejos. Lo bueno: la clínica permite encontrar soluciones rápidas y efectivas para la disminución de los síntomas y, con tiempo, una disolución del síndrome y un restablecimiento de las rutinas adecuadas.


Rosina Duarte
Licenciada en Psicología
info@clinicar.com.ar

martes, 24 de junio de 2008

Desde Resistencia / Los Tobas / Genocidio

El Impenetrable o la agonía Qom

En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo el mundo. Prensa y televisión global vienen a mirar los estragos de la desnutrición que afecta a miles de aborígenes en los bosques que se conocen –ya impropiamente– como El Impenetrable.

Mi colega y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla. No es la primera invitación que recibo, pero sí la primera que acepto. Rehusé viajar antes de las recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier impresión escrita se habría interpretado como denuncia electoral. Y yo estoy convencido, desde hace mucho, de que la espantosa situación socioeconómica en que se encuentran los pueblos originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural, no son mérito de un gobierno en particular de los últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares; peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.
Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina (no pedida ni autorizada) al Hospital Ramón Carrillo, el segundo más importante de esta provincia. Civale toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los patios roñosos y un pozo negro abierto y rebalsando junto a la cocina.
Aunque el frente del hospital está recién pintado, detrás hay un basural a cielo abierto en medio de dos pabellones. Vidrios y muebles rotos, escombros, radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos enmarcan las salas donde los pacientes son sólo cuerpos chupados por enfermedades como la tuberculosis o el Chagas. Me impresiona la mucha gente que hay tirada en los pisos, no sé si son pacientes o familiares, lo mismo da.
Una hora después, en el camino hasta Juan José Castelli -población de 30 mil habitantes que se autocalifica “Portal del Impenetrable”- la desazón y la rabia se perfeccionan al observar lo que queda del otrora Chaco boscoso. Lo que fue imperio de quebrachos centenarios y fauna maravillosa, ahora son campos quemados, de suelo arenoso y desértico, con raigones por doquier esperando las topadoras que prepararán esta tierra para el festival de soja transgénica que asuela nuestro país.
Entramos -nuevamente por atrás- al Hospital de Castelli, que se supone atiende al 90 ó 95 por ciento de los aborígenes de todo el Impenetrable. Lo que veo allí me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de seres en condiciones definitivamente inhumanas. Parecen ex personas, apenas piel sobre huesos, cuerpos como los de los campos de concentración nazis.
Una mujer de 37 años que pesa menos de 30 kilos parece tener más de 70. No puede alzar los brazos, no entiende lo que se le pregunta. Cinco metros más allá una anciana (o eso parece) es apenas un montoncito de huesos sobre una cama desvencijada. El olor rancio es insoportable, las moscas gordas parecen ser lo único saludable, no hay médicos a la vista e impera un silencio espeso, pesado y acusador como el de los familiares que esperan junto a las camas, o tirados en el piso del pasillo, también aquí, sobre mantas mugrientas, quietos como quien espera a la Muerte, esa condenada que encima, aquí, se demora en venir.
Siento una furia nueva y creciente, una impotencia absoluta. Le pregunto a una joven enfermera que limpia un aparador vidriado si siempre es así. “Siempre”, responde irguiéndose con un trapo sucio en la mano, “aunque últimamente han sacado muchos, desde que empezó a venir la tele”.
Es flaquita y tiene cara de buena gente: se le ve más resignación que resentimiento. Son 44 enfermeros en todo el hospital pero no alcanzan para los tres turnos. Trabajan ocho horas diarias cinco días por semana y cobran alrededor de mil pesos los universitarios, y menos de 600 los contratados, como ella. Los días de lluvia los techos se llueven y esto es un infierno, dice y señala los machimbres podridos y los pozos negros saturados que revientan de mierda en baños y patios. Y todo se lava con agua, nomás, porque “no tenemos lavandina”.
Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia y Pediatría. Allí todos son tobas. Una chiquilla llora ante su hijo, un saquito de huesos morenos con dos ojos enormes que duele mirar. Otra joven dice que no sabe qué tiene su nena pero no quiere que muera, aunque es obvio que se está muriendo. Hay una veintena de camas en el sector y en todas lo mismo: desnutrición extrema, mugre en las sábanas, miles de moscas, desolación y miedo en las miradas.
Después viajamos otra hora y el cuadro se hace más y más grotesco. Paramos en Fortín Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende el Puente La Sirena, los parajes El Colchón, El Espinillo y varios más. Son decenas de ranchos de barro y paja, taperas infames donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas). Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.
Digan lo que digan, estas tierras -más de tres millones de hectáreas- fueron vendidas con los aborígenes dentro. Son varios miles y están ahí desde siempre, pero no tienen títulos, papeles, ni saben cómo conseguirlos. Los amigos del poder sí los tienen, y los hacen valer. El resultado es la devastación del Impenetrable: cuando el bosque se tala, las especies animales desaparecen, se extinguen. Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas digan lo contrario, y se escandalicen ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable chaqueño palabras duras como exterminio o genocidio tienen vigencia.
Desfilan ante nuestros ojos enfermos de tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños empiojados que sólo han comido harina mojada en agua, rodeados de perros flacos, huesudos y ojerosos como sus dueños. Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María y lo mismo da. Casi todos dicen ser evangelistas, de la Asamblea de Dios, de la Iglesia Universal, de “los pentecostales” o “los anglicanos”.
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui: “Por aquí, Dios no pasó”.
Al caer la tarde estoy quebrado, roto, y sólo atino a borronear estos apuntes, indignado, consciente de su inutilidad. Al partir de regreso veo en un caserío un cartel deshilachado por el sol: “Con la fuerza de Rozas, vote lista 651”. Y en la pared de un rancho de barro, seguramente infestada de vinchucas, veo un corazón rojo como el de los pastores mediáticos brasileños de “Pare de sufrir”. Abajo dice: “Chaco merece más. Vote Capitanich”.
A unos 400 kilómetros de aquí el escrutinio final de las elecciones avanza lenta, nerviosamente. En alguna oficina el ministro de Salud de esta provincia seguirá negando todo esto, mientras el gobernador se prepara para ser senador y vivir en Buenos Aires, bien lejos de aquí, como casi todos los legisladores.
Nunca antes el Chaco ni este país me habían dolido tanto.

Autor: Mempo Giardinelli

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